El Arte del Dibujo
Hasta hace poco tiempo, el dibujo -mirado de ordinario en forma harto superficial- fue casi siempre considerado solamente como un eficaz medio para lograr, sin riesgos, un determinado fin, ya fuese de orden pictórico, escultórico o arquitectónico. Pues en muy contadas ocasiones se le atribuyó el valor o la calidad de las cosas que tienen o pueden alcanzar la categoría de lo definitivo; queremos decir de algo cuyo principio y fin se encuentra dentro de su propia órbita.
Tal sucedía no obstante las elocuentes realizaciones logradas -acaso sin deliberada voluntad de hacerlo- por algunos viejos maestros, quienes dejándose llevar quizás por la extraña fascinación de la sorprendente cosa que manipulaban, y en la búsqueda de una base firme para emprender empresas que consideraban de mayor envergadura, amorosamente apuraban sus trabajos hasta el punto de llegarla a convertirlas en verdaderas definitivas obras de arte, en cosas que rebosaban los convencionales límites de lo que en un comienzo solo debía ser un punto de partida, una pura referencia documental orientadora.
Así, no ha de parecernos extraño que algunos espíritus selectos, acaso guiados por la pura intuición, o por aquello que en terminología de taller se suele llamar la “Flaire” —en castellano diríamos olfato— se complaciesen en buscar y coleccionar celosamente dibujos de los más destacados artistas. Más, no sería arriesgado pensar que esto lo hacían para, con los sustitutivos, contentarse, al no lograr alcanzar la posesión material de las obras definitivas, que solo le eran dable amar a distancia, algo en fin semejante -aunque en rango superior- a lo que actualmente suelen hacer nuestros simpáticos coleccionistas de reproducciones de obras de arte.
En ocasión que dispongamos de mayor espacio trataremos de abordar tan interesante y descuidado tema; pues habría que remontarse muy alto y retroceder hasta muy lejos en el tiempo, hasta los de la antigua Grecia sin duda, donde ya, con sublime acento, Platón hablaba del valor de la línea considerada intrínsecamente, y retornar luego al presente para, con el extralúcido Valery, vislumbrar tan solo el extraordinario acontecimiento que para la actividad humana implica la creación de la línea, esa sencillísima cosa que, por encima de la realidad aparente puede crear un dintorno ideal, un universo visual de pura forma y delimitados contornos espaciales.
Hoy, cuando la iconoclasta, vandálica avalancha de pseudos-abstraccionistas, obtusamente pretenden hacer tabla rasa de todos los valores aquilatados en la Historia del Arte, convendría -profilácticamente- insistir sobre el alto significado del arte del dibujo, considerado éste como síntesis visual, como la más atrevida y lúcida abstracción lograda en el campo del arte; pues frecuentemente, y este último, sin mayor dificultad se explica cuando se considera a la mediana luz del saber, lo muy cómodo que resulta -por incapacidad o pereza- cerrar los ojos ante la realidad que nos rodea.